Neverland - El País de Nunca Jamás



Y hablando de cosas perdidas e irrecuperables: la consideración de los indios como "niños perdidos" y de los territorios arrebatados como "Neverland", "El País de Nunca Jamás". No es de extrañar, como cuenta Rodrigo Fresán en su deliciosa Jardines de Kensington, que cuando el productor teatral Charles Frohman, tras el espectacular éxito de la temporada en Nueva York, decide irse de gira por todo el país y estrenar la obra de Barrie (Peter Pan) en los escenarios de las reservas indias (1905), los auténticos pieles rojas aplaudieran a rabiar la danza de Tiger-Lily (Tigrilla, la joven princesa del clan Piccaninny).
No en vano, el general O. O. Howard (alias El Capitán Garfio) en su libro Famosos Jefes Indios Que He Conocido (publicado tres años después del estreno de Peter Pan en Estados Unidos, 1908) al reseñar la figura de Gerónimo (que fallecería al año siguiente, 1909), había fantaseado con la posibilidad de que fueran precisamente los Apaches, al mando de su último gran jefe de guerra (símbolo de resistencia y esperanza) quienes enseñaron a Peter Pan a volar y a vivir en los huecos de los árboles.
Para más datos: Coming Soon, APACHERÍAS (Mono Azul Editora).

Cuento a la luz de una hoguera

"Yo era un recluta en la guerra contra Gerónimo".
Éste fue el cuento que escuché un día, al borde de la carretera, junto a Tom Joad, en el capítulo 23 de Las Uvas de la Ira.
Lo recuerdo muy bien porque por fin alguien acertaba a diagnosticar de manera precisa la vieja pena que viajaba conmigo.
"Aquellos indios eran hermosos..., astutos como serpientes y silenciosos cuando querían. Podían ir sobre hojas secas y no producir ni un susurro. Intenta hacerlo en alguna ocasión".
La gente escuchaba y recordaba el crujir de las hojas secas bajo sus pies.
"Vino el cambio de estación y aparecieron las nubes. Mal momento. ¿Alguna vez has oído que el ejército hiciera algo a derechas? Dále al ejército diez oportunidades y las malgastará una tras otra. Hicieron falta tres regimientos para matar un centenar de bravos... siempre. [...] Había un bravo en un risco, contra el sol. Sabía que sobresalía. Extendió los brazos y permaneció de pie, inmóvil. Desnudo como la mañana, y perfilado contra el sol. Tal vez estaba loco. No lo sé. Allí quieto, con los brazos extendidos, parecía una cruz. Cuatrocientos metros. Y los hombres..., bueno, subieron sus miras y sintieron el viento con los dedos; pero se quedaron quietos, sin poder disparar. Tal vez aquel indio sabía algo. Sabía que no podíamos disparar, Allí tumbados, con los rifles amartillados y ni siquiera los subimos al hombro. Mirándole. Una banda en la cabeza con una pluma. Podíamos verle, y tan desnudo como el sol. Durante largo rato estuvimos mirando y no se movió en absoluto. Y entonces el capitán se puso furioso. ¡Disparad, cabrones chiflados, disparad!, gritó. Y nosotros quietos. Contaré hasta cinco y entonces veremos, dijo el capitán. Pues bien, levantamos despacio los rifles y todos esperábamos que alguien disparara primero. Nunca he estado tan triste en mi vida. Y puse el punto de mira en su vientre y... entonces cayó con un golpe seco y rodó. Nosotros subimos. No era grande... Había parecido tan enorme... allá arriba. Todo destrozado y pequeño. ¿Alguna vez has visto un faisán, rígido y hermoso, cada pluma dibujada y pintada e incluso los ojos pintados, tan bonitos? Y ¡bang! Lo recoges... ensangrentado y retorcido y has echado a perder algo mejor que tú; comértelo no llega a compensarte, porque has echado a perder algo en ti mismo y ya no tiene arreglo".
Yo, que padezco esa pérdida (los médicos me dicen unas veces que es "depresión post-vacacional", otras que "astenia primaveral"; yo les enseño mi dedo corazón...), aún siendo consciente, como aquel temporero de la novela de Steinbeck, de que hay mucho de irrecuperable, quiero, en la medida de lo posible, ponerle remedio.
Este Blog nace de la íntima convicción de que un mundo sin indios (un mundo de prospectores, curas y pistoleros) es un mundo en el que no merece la pena seguir insistiendo mucho.
Este Blog es mi Danza del Sol y pretendo bailar hasta que Leonard Peltier regrese, libre, a las Colinas Negras.
Ésta es, de alguna manera, mi Apachería nº51.
Éste soy yo, de hecho, en compañía de Lame Deer, bajándome la cremallera y meando sobre las cabezas de Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln en el Monte Rushmore.
Para ello, como siempre, vuelvo a encomendarme a la memoria de Gerónimo en el Cañón de los Embudos.
¡Que Usen guíe mis flechas!